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Conferencia de Juan Madrid en la EICTV

6 de abril de 2016

En su nueva estancia en la Escuela, el novelista y guionista español Juan Madrid ofreció un conversatorio sobre la novela policiaca europea, en la Mediateca André Bazin. Ofrecemos una transcripción extractada para compartir ese momento más allá del breve círculo de espectadores que estuvimos presentes.

El hecho de la lectura es tan complicado como el de la escritura, porque a veces pienso que se lee lo que uno ya tiene en la cabeza. Es una cuestión de gafas o de óptica, ir a determinada óptica para que te gradúen las gafas […], de completar información. A mí me gusta escribir sobre lo que no está dicho, sobre lo oculto, lo no mencionado, lo que está en sombras. Y sobre todo en sombras desde el punto de vista social, desde el punto de vista estatal. Este es el punto de vista de la escritura que hay que hacer. ¿Y cuál es la  escritura que  hay que hacer? La que enamore. […] Toda la literatura, todo hecho literario responde a una investigación sobre la naturaleza humana. Ese es el objetivo de la escritura, pero esa naturaleza humana es cambiante, nunca ha sido igual, y la característica fundamental  de la naturaleza humana es que no existe la naturaleza humana, sino unos seres que viven en un lugar concreto, en un espacio, en una historia concreta y se manifiestan según esas coordenadas, mediante conflictos.

Yo creo que lo que he hecho, lo que he intentado hacer es una tragedia griega: el cumplimiento de un destino. Quien te marca el destino no es la Historia, es el padre. Esa autoridad que se manifiesta en todos los órdenes de la vida, por eso los héroes de la novela son seres bastardos, como los grandes héroes: Jesucristo, Gilgamesh, es decir, quienes se crean el destino por sí mismos. Si tienes padre, ya está marcado tu futuro y tu destino. La madre marca la esfera de lo mágico, de lo oculto, de lo misterioso, aunque puede haber intercambio de roles, evidentemente, pero es el padre durante toda la literatura clásica griega. Los héroes no tienen padre. El personaje de La Isla del Tesoro escribe desde la vejez y escribe la frustración de no haber tenido padre, que debió ser John Silver, el pirata. Echa de menos una vida de aventuras que pudo haber tenido en algún momento. Stevenson, salvando las distancias, escribe también sobre lo que no está escrito, sobre lo que no se dice, lo que no se escribe.

[…] Lo que se llama la novela policiaca, la novela negra…el término noire es un término francés. Como todos los términos culturales, es un invento francés, incluso la cultura es un invento francés, se dice culture… Y surgió el negro porque a Gallimard (era un avispado gerente editorial, un editor) se le ocurrió titular la colección Série Noire porque la portada era negra, con letras blancas, y Gallimard se dio cuenta que alrededor del año 1945, al final de la II Guerra Mundial, las tropas americanas en Paris, en Francia, necesitaban literatura americana. Trajeron literatura de escritores americanos, entre ellos Dashiell Hammet. Entonces yo tengo todas las referencias que hay sobre Hammet, cuando la intelectualidad francesa (Sastre, Simone de Beauvoir, Camus, de la parte izquierda del Sena, donde allí estuvieron estupendamente bien durante la ocupación alemana, sin ningún tipo de problemas —ya sabemos que el arte no está para bromas ni para invasiones alemanas o fascistas […], estaban urdiendo novelas, urdiendo guiones, mientras los alemanes estaban peleando con la resistencia, la mayor parte españoles; militares españoles que ya están reconocidos como héroes en este momento, después de setenta años.

Ellos se dieron cuenta que era una escritura diferente. Hay textos de Cernuda, de Sartre, de Camus, de Beauvoir, y de André Gide. Gide, en sus cuadernos, sus cahiers, que son sus diarios, en las notas que he leído, pone de maravillas este tipo de novela. Un tipo de novela donde los personajes actúan. Eso de que los personajes actúen no está tan claro en la novela. Los personajes actúan en el teatro. La novela sí nace con los personajes actuando, que son los primeros cantares de gesta, el Ciclo Artúrico, el Cid Campeador, donde se narran las aventuras de un héroe. Luego, el divino Cervantes, con el Quijote, lo contextualiza, —como le dije una vez al compañero García Márquez: tú has escrito una novela anterior a Cervantes—, ya ocurre en un país determinado, concreto: España, la España de curas malolientes, de venteras, putas, bandidos, cabreros, locos, y los nombres de las ciudades y los pueblos son reales.

En cambio, la anterior novela, que es una línea divisoria en la literatura en español, en este periqueo de La Mancha, donde estamos todos, vagando igual que Don Quijote, es Tirante el Blanco, de Joanot Martorell, que Cervantes decía que era la mejor novela que se había escrito nunca. Y es mixta, entre realidad y ficción. Hay brujas, hay dragones, hay poderes espirituales, pero están también amores concretos, amores con sudor, con conflictos, con reproches.

[…] Creo que la mejor novela policiaca es la que no parece policiaca. Que las tramas, necesariamente, no tiene que ser necesariamente policiacas, no tiene por qué ser una trama de investigación. En la novela, el detonante es un pretexto para yo contar una historia, que son las historias que quiero contar y que llevo contando desde hace casi cuarenta años. ¿Y qué es la novela policiaca en Europa? En Estados Unidos no tiene esa categoría como en Europa. En Europa se le presenta como una novela de rechazo social. Es la novela política, la novela social de la posmodernidad […], que es el final de la historia. “La historia es un invento marxista, evidentemente, existe el presente, nada más”. […] Como a veces dicen en una discoteca: “vamos a vivir el presente”. ¿Usted puede vivir el presente sin futuro?. Cómo se construye el futuro: se construye con el conocimiento del pasado. Entonces quieren crear generaciones sin lectura. Solo con el presente. El presente es vacío, es hueco, el presente no existe. Yo lo llamo a eso la dictadura del presente. Una dictadura espantosa.

La literatura policiaca tenía otro carácter cuando se creó. Claro, para hablar de novela policiaca europea hay que hablar de la policía, si no, no es novela policiaca. La policía no ha existido siempre. Nada ha existido siempre. Hablo de la policía civil, una policía derivada de la revolución burguesa, de la Revolución Francesa.

El triunfo de la burguesía trae consigo muchos cambios: primero la delincuencia, pero antes de la delincuencia está la creación de ciudades, de urbes. La urbe moderna es de finales del XVIII. […] ¿Cuándo aparecen Madrid como urbe? Cuando hay industrialización con la revolución burguesa, y se industrializa hacia 1950, que es cuando se produce una gran ciudad. Con todas las características de una gran ciudad, que no voy a hablar de todas, pero sí de algunas pues si no, no se va a entender la novela policiaca.

Las grandes ciudades son París y Londres. Entonces, en esas ciudades, por primera vez en la historia, los pobres y los ricos van por el mismo sitio, caminan por el mismo lugar, hay un espacio que los une […] —en la ciudad renacentista, en la del siglo XVIII, estaba el castillo, estaba la corte y estaba el populacho. La burguesía era muy débil, eran artesanos y no constituían una población.

[…] El primer ministro de policía lo crea Napoleón en 1796 y el más importante es Fouché. Por primera vez aparece alguien con esta categoría, con un jefe superior de policía en París […]. La policía tenía un doble sentido, como sigue teniendo ahora, aunque se disimula: que es político y social. Político para los disidentes políticos, y social para la otra cara, el disidente que es el ladrón que te va a violar y a robar… Y ese es un miedo constante en todo el siglo XIX, todo el siglo XX y llega al XXI. Es una constante de la burguesía. El miedo, primero, a la revolución, el término es la plebe, primero a la plebe, pero la plebe es como Jano Bifronte, tiene una cara que te ataca con un cuchillo, te pega un tiro, te roba, y está el que hace la revolución. Por qué, porque se han creado grandes arrabales —el de Londres  tiene casi millón y medio de habitantes, el de París también—, donde habita la clase obrera, la nueva clase obrera que está surgiendo, que lleva años surgiendo, pero que cristaliza a finales del siglo XIX. Que son los creadores de los ascensores, de los ferrocarriles, de las universidades, de las bibliotecas, de las escuelas, de las cárceles. La cárcel y escuela vienen del mismo concepto del hombre: el hombre puede cambiar, se puede modificar. Existe la cárcel, sino solo existieran la horca, la guillotina.

Entonces aparece lo público, que es un término muy importante. Aparece la sociedad pública. Los ciudadanos logran una estructura social donde ya no es el rey quien organiza eso de los ministros, los servicios. Y el patrimonio del rey se perdió en el Estado. Empieza a haber un patrimonio diferente: el de los grandes capitalistas, al de los grandes grupos financieros que ya funcionaban desde el siglo XIII, pero que en el siglo XIX están cristalizando. Los grandes grupos que siguen ahora. Hay estudios que demuestran que el diez por ciento de los grandes grupos ya existían a principios del siglo XIX, los alemanes, belgas, holandeses. En 1840 ya existen. Son familiares, son dinastías aristocráticas financieras…

Yo lo voy a ejemplificar con tres libros del siglo XIX que me parecen fundamentales, que crean esa literatura moderna donde se pone de manifiesto el miedo de la burguesía. Hay un fenómeno en la población: el contacto entre pobres y ricos que antes no se veía. Aún ahora es muy difícil ver pobres. […] Hay amigos en España, Portugal, que no ven pobres, que ven criados y no pobres. Yo puedo estar viviendo en Madrid y en una semana, si no me lo propongo, no veo un pobre. Veo limosneros, que es otro problema. Veo camareros, criados, limpiabotas. Pero pobres, no. Puedo vivir sin ver pobres. Los pobres son invisibles. Hay una invisibilidad. Y ellos se preocupan de que no se vean.

Estos tres libros son claves y van a reflejar ese miedo que yo creo que tienen. No más hace falta ver la prensa. No hacen falta experiencias personales. La prensa del siglo XIX —yo la conozco bien pues fui historiador de profesión—, en todos los periódicos y en todas las obras de los escritores aparece primero un mundo oscuro que se refleja en los libros —Dickens, por ejemplo—, donde no entra la policía y donde la gente se define por la manera de vestir. Díganme si no seguimos definiendo por la forma de vestir: ay, hijo, si pareces un pordiosero; ay, cómo vas, por qué no te peinas… En Latinoamérica esto es clarísimo. Hay zonas en México, la Zona Rosa, que están vigiladas por tropas armadas. Policía armada con ametralladoras para que no pase nadie que no vaya bien vestido. En Alemania, hoy, tú vas, no mal vestido, sino como ellos consideran que es mal vestido y te pillan. En España han parado aviones porque hay tíos con cara de árabe. Y detener un español con cara de árabe es ridículo. ¡Todos los españoles tienen cara de árabe! […]

Vivimos en un mundo asustado. La burguesía está asustada. Los dueños del poder están asustados. Los que eran dueños de la pistola, de la hacienda y del caballo creen que son dueños también de la palabra. Y tienen mucho miedo, reflejado en la prensa, y en una obra de Kierkegaard que es El concepto de la Angustia. Kierkegaard es un pre-freudiano que pone de manifiesto en ese libro el miedo que atenaza a la burguesía. Temen a perder el trabajo, a perder a la mujer, o viceversa, a los hijos; que le roben, que la violen. Es el doble miedo que genera la clase obrera, pues está en pie y luchando. Las primeras luchas se producen en el siglo XIX. Y eso está reflejado en la literatura. ¿En qué literatura? En toda la literatura. Hay uno que no, que es Zola: es el contador de esa historia, es el único que cuenta la historia de los pobres, la historia de esa clase que está malviviendo, en situaciones increíblemente de miseria, en los suburbios de estas dos grandes ciudades, París y Londres.

Hay otros dos libros claves: Los crímenes de la calle Morgue, que me parece que es muy representativo de la situación en que convivía la burguesía. Edgar Allan Poe descubre la nueva novela policiaca, que no es llamada así. Es llamada novela de misterio. […] Ustedes saben que el asesino es un chimpancé […] ¿Pero el chimpancé no es la imagen que sacan de Chávez? En todo el siglo XIX ese bandido, ese supuesto bandido, es un obrero. Decía Lorca: a mí me gustan mucho los pobres, yo estoy con los pobres. Y dice a continuación: los pobres buenos y no los pobres que cantan La Internacional. ¿Esto disminuye el valor de Lorca? No. Hay que situar a Lorca también en su contexto. […]

El chimpancé es una figura repulsiva que está en toda la prensa de derechas en el siglo XIX. ¿Y qué representa el chimpancé? Es curioso cómo se va repitiendo el imaginario. Porque ahora también ahora aparece en la prensa. Los enemigos políticos de la derecha son chimpancés. No le dan categoría humana. Chávez aparece en los periódicos venezolanos de oposición como un chimpancé. Y ese subhumano es el asesino de la novela de Poe. Y eso, a mi juicio, está representando, reflejando, una situación de pavor, de miedo, que tiene la burguesía. La burguesía, entre otras cosas, sabe leer. […] Sobre todo las esposas, las mujeres, que son ricas, que no son criadas. […] Los hombres están trabajando y siguen trabajando y los lectores en España son mujeres. Porque están con dudas. Sin embargo, los tíos, esto es un curioso matiz del hombre, leen poco, ¿por qué? “porque lo saben todo”. Y si se lo saben todo, ¿para qué van a leer? La lectura y la escritura salen del desconocimiento. Intentar conocer algo que sigue siendo oculto, que es la naturaleza humana. ¿Por qué hacemos estas cosas? Porque somos así. ¿Por qué alguien que es bueno comete maldades?

Tenemos La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, ya que estamos en una escuela de cine. En la película salen los ocupantes franceses que han luchado contra los nazis, y cuando les pregunta el periodista: ¿cómo usted tortura hasta la masacre a los prisioneros? ellos responden: porque Argelia tiene que ser francesa. Entrevistan al líder histórico de la independencia argelina en el año 62 o 63: Ustedes, por qué ponen bombas en los mercados, ustedes son salvajes, ponen bombas en las discotecas. Sí, es que Argelia tiene que ser argelina, responde. Hay una revisión del término moral, evidentemente, y eso, quien se encarga de plantearlo es la literatura. La literatura es capaz de crear historias y es capaz de reflejar historias. Porque nosotros conocemos al mundo mediante relatos. Lo que te cuentan tu hermano, tu padre, tu madre, lo que te cuenta un vecino, lo que tú ves. Un relato es un libro de filosofía, de ciencias naturales, lo que te dice el maestro, o lo que te dice la prensa, o lo que te dice la literatura. Tú vas aprendiendo así. Las referencias personales son escasas. Son muy escasas. Llegamos a viejos y podemos tener dos o tres, cinco grandes amigos, diez. Mujeres. Casanova, en sus memorias, dice que conoció a cien mujeres. No son muchas. Cuentan que murió con 60 años, bibliotecario del duque de Waldstein. En una vida activa, cien mujeres no es tampoco una exageración. Pero a él lo detienen no por mujeriego, sino por alquimista. Porque como se acusaba a la mujer de brujas, a él se le acusaba de alquimista. La Inquisición lo iba a matar. Esa historia ha tenido al escritor equivocado. No se ha contado la verdadera historia del caballero Casanova. Nosotros creamos historias pero la creamos de un sustrato nacional, cultural, propio, que es la civilización occidental. Yo desconozco realmente el mundo oriental.

Entonces, Los crímenes de la calle Morgue y El concepto de la Angustia de Kierkegaard, que es del año 47 (son los mismos años, la calle Morgue del 42) y el Manifiesto Comunista. El Manifiesto Comunista es un libro clave para entender ese miedo. Fíjense ustedes el comienzo: “Un fantasma recorre Europa…”. Más miedo, imposible. Sigue el fantasma. No hay comunistas por ningún lado y siguen atacando a los comunistas. ¿No quedamos con que no hay? Acaban de hacer en España un programa de TV que lo hace un supuesto progresista, y donde preguntan: ¿quién quiere ser comunista? ¿Quiere ser usted comunista? No, yo no, responden los invitados […]. Fíjense ustedes, cómo la burguesía, que es quien manda, el dueño de la palabra, como he dicho, y de la pistola y el caballo, desprecia a los públicos. Acaba de crear el sistema público, acaba de crear las escuelas, el derecho, el voto, que ha tardado ciento y pico de años en ser general. Hasta el siglo XX no hay voto universal, democracia universal. Desconfía.

Entonces todos los protagonistas de las novelas policiacas del siglo XIX son detectives privados. No son la policía. La policía que se funda en esos años. Scotland Yard en 1826, la Sûreté francesa igual. La policía española en los años 50 o 60 del XIX. No hacen caso de la policía. Sherlock Holmes se chotea de Scotland Yard: quien descubre los casos soy yo, que soy listo, que soy un detective privado y la burguesía me paga. La burguesía solo tiene fe en lo que paga y controla. Si no los pagas, no hacen gracia. Qué es lo que pasa. En estos momentos las cárceles estadounidenses son privadas. Noventa por ciento de las cárceles son privadas. Y la policía privada es tres veces superior a la policía del Estado, a la policía pública. En España ya es equivalente el número de policías privados y del Estado. Hay frases en la policía española: cuando alguien reclama que «este barrio está muy desprotegido», le contestan «páguese usted una policía».

Ese fenómeno que cristaliza en el siglo XIX, que se desarrolla en el XX, y después en el XIX, trae más cosas, que es, aparentemente desprecio a la policía, que está recientemente creada. Pero claro, después la policía se va modificando. Entonces la novela policiaca se modifica. El primero que la modifica es George Simenon, que es un joven escritor filo nazi —además muy embustero, porque yo he leído sus memorias que ha tenido relaciones sexuales con más de diez mil mujeres. Este hombre saca un policía por primera vez…se dan cuenta que sí protege la policía. Sí protege. Ya estamos en el siglo XX. Ha protegido de todos los levantamientos, sublevaciones anarquistas y obreras del siglo XIX. “Hemos sobrevivido. La policía es buena”. Saca el personaje de Maigret. Es un padre de familia, muy simpático, cariñoso, nunca lleva la pistola, su mujer prepara unas comidas, viste una gabardina y es muy buena gente. ¿Ese es el reflejo de la policía francesa? Hablando con Petros Márkaris, le pregunto: ¿es así la policía griega? Ese policía tuyo que se llama Kostas, que está cargado porque su hija se va a casar por lo civil en vez de lo religioso, es un pedazo de pan. ¿Así es la policía griega y la turca en este momento o históricamente? A Paco Ledesma, que ya está muerto, le digo: ¿Paco, esta es la policía catalana, española, en los años 50, donde se torturaba a la gente, se fusilaba? «No, pero yo conocí a este». Pero tú no estás haciendo biografía de un personaje, tú estás haciendo una novela. […] Porque si sacas un tío bueno que has conocido, y juras por Dios que lo has conocido, a saber, tienes que poner al lado uno malo al lado, si es que no pones un torturador, pero tienes que estar en contradicción. Está haciendo un reflejo que es histórico, ideológico, de un sistema, es reflectante de una sociedad burguesa pues son los que leen. Menos en Cuba, no sé en qué país más, pero en España los que tienen tiempo para leer son muy pocos. Hay estudios que hacen las editoriales, que son muy listas: son mujeres y leen en el transporte, porque en sus casas están el marido, los niños; y el transporte en España, de un sitio de trabajo a sus casas…. No viven en el centro, viven en las afueras. La media es una hora de viaje. Entonces tienen novelas. Tienen que ser gordas las novelas, grandes. Porque por el mismo precio, una novela corta vale 20 euros y la gruesa vale 22. Entonces las gruesas sirven para la ida y la vuelta en el metro, y cuando llegan a la casa, no reposan, no pueden leer en la casa.

Cuando el Ministerio de Cultura de España organiza unos actos para que la gente lea, yo digo: cambie usted el sistema económico y verá cómo la gente va a leer. O a leer, o a tocar el acordeón o a hacer cualquier cosa que no sea trabajar 14 horas en un café […]. Están insultando al pueblo con lo que hacen, con esos homenajes a la lectura y la cultura.

La burguesía sabe lo que lee, sabe lo que no lee. Entonces, el panorama de la literatura española y europea es igual, por eso triunfa Márkaris, aparte que sea bueno, malo y regular, que eso es otro problema. Porque yo creo que hay canallas que escriben muy bien, como Vargas Llosa, es gentuza pero escribe […].

Pero qué curioso, están haciendo una novela que le gusta al sistema. El sistema agradece mucho eso. Y entonces salen por la TV. El sistema premia así, quieras o no. Y lo mismo se puede decir de la literatura de espías, que ahora no lo voy a decir porque es entendible. La primera novela donde veo que los buenos son de la KGB pues son las novelas rusas de esa época. Yo las compro en Cuba y las leo. Las novelas pueden ser buenas, regulares, pero no hay literatura rusa en las librerías españolas. Y por qué, por qué no habrá. […]

Esta la idea que yo tengo de la novela policial. La novela policial interesa porque están leyendo lo que está pasando en los países europeos. Esa crisis, ese desbarajuste, ese no saber cuál es el origen del desastre que estamos sufriendo, hace que la gente lea ávidamente la novela policial a ver si le da una clave de lo que está pasando. Ese papel lo tenía antes la novela social prerrevolucionaria y revolucionaria rusa. Ahora, la posmodernidad, en lo único que tiene levantada la antorcha es en lo que se llama la novela policiaca, con todas las variaciones posibles. Y la característica de la novela policiaca es que no hay una forma clásica, sino todas son diferentes. No hay una forma canónica de hacer una novela policiaca. […]

Transcripción y edición: Antonio Enrique González Rojas