“Haces algo así de nuevo y un día, no sabrás cuándo, te van a sacar en un chaleco de fuerza. Yo le dije: bien, ese será un final muy digno para mi carrera fílmica. Mientras tanto, sigo expresándome y esperando por el chaleco de fuerza. Cuando escuchen o lean sobre esto en Internet, pueden estar seguros de que tuve un buen fin.” Tal fue el estamento final de la conferencia de prensa que ofreció Werner Herzog en un intervalo de la primera jornada del taller 1ue desarrolla hasta el 16 de marzo en la EICTV en conjunta coordinación con Black Factory Cinema; iniciativa responsable de la visita el pasado año a Cuba del realizador Abbas Kiarostami.
Este diálogo simpático pero contundente cerró sus evocaciones de la realización de los documentales Grizzly Man (2005) y La cueva de los sueños olvidados (2010), sobre los que fue interrogado por la nutrida audiencia, dada su polémica y desacuerdo patente con el protagonista del primer material, pues “cuando el protagonista proclama estupideces como la disneyización de la naturaleza salvaje, yo interfiero y digo: yo difiero, mi opinión es diferente. Entonces me tomo el privilegio de interferir con un contrargumento, casi desde el principio, respecto a mi protagonista que ya estaba muerto. No tengo problemas con interferir, incluso cuando el protagonista no pueda defenderse, no pueda discutir conmigo más. Porque creo que es muy justa mi intervención, ahora cuando hay una generación entera de jóvenes que solo entiende la naturaleza salvaje como la entiende Disney. Normalmente eso no se hace en los documentales, nunca lo he visto. En películas sobre la vida salvaje eso es algo impensable, y me dijeron que no podía. Yo que sí lo voy a hacer, y ustedes solo me detendrán por encima de mi cadáver. ¿Pero cómo contradices a alguien que no se puede defender?, me preguntaron. Y mi respuesta fue: (saca dedo del medio). Algo más, he hecho cosas como La cueva…, donde aparecen cocodrilos mutantes albinos radiocativos, algo completamente raro y salvaje”. Y entonces, el productor, el mismo de ambas obras, le acota lo referido ya, con el correspondiente manifiesto de principios.
No faltaron en la sesión solicitudes de consejos para los jóvenes realizadores presentes, donde nuevos postulados “herzogianos” irrumpieron, no en ráfaga, sino con la gran potencia de un buen obús teutón. “Es muy difícil dar consejos generales”, comentó, “porque sería diferente con cada uno de ustedes. Pero, claro, tengo mi propia Escuela de Cine: la Rogue Film School. Fundé esta escuela donde no hay más nadie para dar clases, solo yo. Es una pasantía de un largo fin de semana que normalmente organizo una o dos veces al año, máximo. Solo enseño algunas cosas para todos. Una es: nada de cultura de la queja. La otra es tratar de ser autónomo tan rápido como puedas. Y es como comencé. Robé una cámara para filmar”.
“Nunca estudié en una escuela de cine. Ganaba dinero trabajando como soldador en una fábrica de acero durante el turno nocturno. Este trabajo me ha hecho apreciar el valor del dinero y el ser autónomo. La independencia es un mito, la autonomía es algo diferente. Solo lo que filmaste la última Navidad con tu familia es independiente. Todo lo demás necesita dinero y distribución. Y necesita cámaras de alto calibre, lo que sea. Claro, siempre debes atenerte a tu propia cultura. No trates de adoptar una cultura foránea. No trates de adoptar a Hollywood, por ejemplo, en tus filmes. Haz lo que está en ti. Siempre se requiere coraje para creer en tu propia visión, no importa lo que piense el resto del mundo. A veces necesitas tener una cierta cantidad de energía criminal para hacer lo que quieres. Por ejemplo, en la Rogue Film School enseño cómo falsificar un permiso de filmación, cómo abrir un candado o una cerradura. Tienes que hacerlo muy rápido, debes estar listo para hacer cosas como esta. He tenido que hacerlas cuando he filmado en países con dictaduras militares que no permiten ciertas dinámicas”.
“Aquí les va otro consejo general: lean, lean, lean, lean, lean ¡lectura profunda!. Veo demasiadas personas concentradas en los tweets y en Facebook, lo que los descalifica como cineastas. Si no lees lo suficiente, quizás te conviertas en realizador, pero mediocre en el mejor de los casos. Siempre digo a los realizadores: traten de experimentar el mundo de una manera muy fundamental, como viajar a pie. No con una mochila donde lleves tu vida a las espaldas, tu tienda, tu saco de dormir, tu cocina. Tienen que exponerse al mundo, experimentarlo, hacer contacto con personas inesperadas. Viajar a pie tres mil kilómetros les tomaría tres meses. Es probablemente más intenso, más valioso que tres años en una escuela de cine”.
Al margen de la prolífica filmografía de Herzog, cineasta hiperactivo entre los cineastas hiperactivos, permanecen algunos proyectos irrealizados, como uno titulado Tenochtitlán, sobre el que fue indagado en la conferencia, y que versa “sobre la conquista de México, pero vista desde la perspectiva de los aztecas. Como si los aliens vinieran del espacio exterior y aterrizaran en las costas de Yucatán. Está narrada completamente como los aztecas como en el Codex Florentino. Pero el filme es caro y nadie se ha interesado nunca. Tienes a miles de personas batallando, caballos. Necesitas reconstruir la ciudad de Tenochtitlán en el lago México. La única posibilidad es si cuentas con un gran presupuesto de un estudio del tipo Hollywood. Hasta los filmes que he hecho de gran talla, como Fitzcarraldo (1982), han costado muy poco dinero. Aguirre, la cólera de Dios (1972) fue hecho con el dos por ciento de lo que cuesta hoy un filme normal. Pero esta película nunca ha encontrado su dinero. Para eso tendría que haber logrado antes un gran éxito en la taquilla. Así es como funciona la industria. Solo entonces me llamarían y me pedirían hacer esa cinta. Eso no me pone nervioso, pues comencé este proyecto hace como doce años atrás. Y no es como que haya pasado estos años forcejeando por el proyecto, para encontrar dinero. En estos doce años he hecho 22 filmes. Todavía no me ponen nerviosos uno o dos proyectos que no pueda hacer. He tenido suficientes cosas presionándome. Y ese es mi gran consejo para ustedes: si realmente sienten que no pueden levantar un proyecto del suelo, no pierdan más tiempo, no derrochen más de sus vidas esperando porque alguien se decida. Hoy, con muy buenas cámaras y un programa de edición en la laptop, puedes hacer una película con menos de diez mil dólares. No deberían quejarse. No comulgo en la cultura de la queja. Es algo que espero no encontrar entre los estudiantes que están acá conmigo, y no lo voy a permitir”.
Además de esta aseveración, del taller Herzog espera “ver un filme terminado por cada uno de ustedes. Nada más importa. Tienen que trabajar y entregar. No hay gran un gran discurso teórico, no hay filosofía. Sal y entrega. Y en ocho o nueve días tienen que entregar un filme. Pudieran presentar una película cuando regresen cada noche. Claro, realmente no les digo cómo hacerlo. Solo les muestro ejemplos, les hablo sobre ellos, para que entiendan y resuelvan los problemas. Es como cuando mi mamá nos enseñó a mí y a mi hermano mayor, cuando teníamos motocicletas y cada fin de semana teníamos un accidente. Ella nos sentó a la mesa. Fue una fumadora empedernida toda la vida. Ella dijo: creo que sería una buena idea si ustedes vendieran las motos. Porque es una buena idea que deje de fumar ahora. No es bueno fumar. Entonces, no volvió a fumar más. Y vendimos las motos. No fue una enseñanza moral, fue un ejemplo, que fue muy impresionante”.
Un documental sobre los últimos hablantes de lenguas en extinción es otro de los propósitos latentes del director de Nosferatu, vampiro de la noche (1978), y sobre esta otra cuenta pendiente, comentó que “lo he tratado todo, pero ni una simple financiación de una televisora. Ni una fundación ha invertido un simple dólar. Ni una, ni un dólar. Pero si haces algo sobre osos pandas y la precaria situación de su sobrevivencia, tendrás millones”.
“Hay que entender que en este momento unas siete mil lenguas se hablan en el planeta, pero al final del siglo apenas sobrevivirá un diez por ciento. La pérdida de las lenguas es la pérdida de la cultura. Es mucho más dramática que la extinción de cualquier animal en el planeta. He conocido a dos personas que son los últimos hablantes de sus lenguas. Nadie podía hablar más con ellos, pues nadie entendía ya esos lenguajes. Entonces fueron silenciados. He visto a un hombre anciano, hace como treinta años, que está ya muerto. Estaba en un asilo para personas muy viejas, para tener una vida asistida. Caminaba por el corredor y hablaba para él mismo su lengua. En uno de los extremos del corredor había una máquina expendedora de Coca Cola, y cada vez que se acercaba a ella, tomaba una moneda de su bolsillo, la ponía en la máquina, la botella de Coca Cola caía y sonaba. Y él escuchaba como caía y volvía a poner otra moneda. Siempre disfrutaba cómo caía la Coca Cola. Era como si la máquina le contestara. En la noche, los dueños del lugar abrían la máquina y sacaban todas las monedas. Las ponían en los bolsillos de sus pantalones mientras dormía, para que al otro día tuviera lleno monedas de nuevo”.
“Hay muchas historias como esta que necesitan ser filmadas. Pero es un proyecto a largo plazo, por lo que necesitamos unas dos mil historias para comprometer a otros realizadores y articular el proyecto. Tengo seis filmes que nunca han sido aceptados por nadie. Estas cosas pasan. No es sexy hacer estas cosas, como sí lo son las películas de pandas”.
Como superior compensación, tres filmes sumó Herzog a su catálogo personal el pasado año. “Ahora estoy ocupado en estrenar dos películas de ficción. Una debía haberlo sido hace año y medio: La reina del desierto (2015), pero hubo un problema entre el distribuidor y la compañía productora por dinero. Entonces tenemos una nueva distribución. Filmé otra película en Bolivia: Sal y fuego. fui a Bolivia no para ir allá, sino para filmar en el desierto de sal más grande de este planeta: Uyuni. Filmé porque ese lugar no es de Bolivia, ni de Suramérica, ni siquiera de este planeta. Es de algún otro lugar de la galaxia. Y mi problema ahora son dos distribuidores diferentes. Estrenaré ambos filmes con solo siete días de diferencia. Entonces se van a obliterar entre ellos. Pero estas cosas pasas y hay con vivir con ellas. En estos momentos tengo tres o cuatro proyectos de largometrajes, pero vienen como ladrones en la noche, nunca los invito. Como todos mis filmes, nunca los invito completamente”.
Además del cine, la signatura “herzogniana” acredita un nada despreciable número de montajes de óperas. Cuando le preguntaron al respecto en la conferencia, comentó: “He hecho al menos una docena de óperas, incluyendo a Verdi, Wagner, Bellini, y otros. Pero nunca he ido voluntario. He sido arrastrado por los pies y por el pelo. Me han arrastrado. Siempre les he explicado a grandes maestros con que he trabajado que no se leer música. Nunca lo aprendí. Pero puedo escuchar muy bien, soy muy bueno escuchando. Y ellos aceptan eso. Pero es un mundo completamente diferente. Nada que ver con el cine. He aprendido muy rápidamente a olvidar inmediatamente mi background de cine, ponerlo completamente a un lado. Desde el primer momento me sentí completamente seguro, y sentí que lo estaba haciendo bien. Lo extraño es que nunca antes había visto una puesta en escena de una ópera en mi vida. Quizás por eso mis puestas son diferentes. No están dentro de ninguna corriente de representación de la ópera. Es alguno único, y la audiencia lo aprecia de inmediato”.
“He dirigido ópera de vez en cuanto porque vivir, trabajar y respirar música durante cuatro semanas es maravilloso. Los directores de ópera siempre solicitan seis, siete, ocho, nueve semanas de ensayos. Si tengo que hacerlo en ese tiempo no tomo el trabajo. Siempre digo que si no lo hago en tres semanas no lo acepto. Porque le da cierta intensidad cuando lo haces rápido. Además, las casas de ópera europeas gastan enormes sumas de dinero, que yo tiraría por la ventada cuando se solicitan nueve o diez semanas de ensayos. Es una obscenidad. Con las cinco semanas sobrantes pudiera hacer una película como Aguirre...”
Más adelante, acotó: “He aprendido bastante de la ópera acerca de encontrar mi propia voz. Muy frecuentemente le digo a los cantantes, a los protagonistas: cada canción que cantas es correcta, pero quiero oír tu voz. Quiero sentir tu Yo. Es aún demasiado correcta, demasiado matemática. Quiero escuchar más que nada sus almas. Hubo un gran director de orquesta con que ensayé, y todo iba bien. Vi entonces cómo el conductor se iba volviendo rojo, púrpura, y la ira dominaba su cara. Mandó a parar y gritó: ¡Música! Y la orquesta italiana entró en shock y empezó a tocar. Esto de la voz correcta tiene que ver con el cine. A veces veo un filme y quiero gritar: ¡película, película! ¡Película o muerte!”
Con ustedes, Werner Herzog…