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Un Actor Nuestro Latinoamericano por José Antonio Rodríguez

9 de septiembre de 2016

La muerte de José Antonio Rodríguez resuena como el retumbar de mil árboles derrumbándose al unísono, así como su voz bramante hacía temblar los escenarios, las pantallas y las bocinas, cuando, desde una tesitura suave como terciopelo remontaba hasta el rugido que reclamaba a Dios mismo contestar el teléfono que colgaba laxo de las inertes manos de Marilyn Monroe; o que se alzaba cual cóndor sobre los Andes para hacer llegar hasta cada rincón los versos del Padre Nuestro latinoamericano. Su presencia transversaliza grandes áreas de la historia escénica y audiovisual cubana, de las cuales fue ícono y paradigma del actor de carácter, de la versatilidad, de la fuerza expresiva, la intensidad y la organicidad. La EICTV se une al lamento y ofrece condolencias a sus familiares y amigos.

Ayer sus restos descansaron para siempre en el Cementerio de Colón, tras ochenta y un años de desandar estudios, platós y proscenios, que incluyen Radio Progreso, el Teatro Universitario, el Conjunto Dramático Nacional, La Rueda, Teatro Estudio, el grupo Buscón —fundado y dirigid por él—; las cintas El otro Cristóbal (1963), de Armand Gatti; Tulipa (1967) y La primera carga al machete (1968), de  Manuel Octavio Gómez;  Una pelea cubana contra los demonios (1971) y La última cena (1976), de  Tomás Gutiérrez Alea; y Cecilia (1981), de Humberto Solás; así como las telenovelas Doña Bárbara y Las impuras, donde, bajo la dirección de Roberto Garriga, interpretó respectivamente a Melquiades y Rigoletto, que le granjearon popularidad enorme.

Premio Nacional de Teatro 2003 (compartido con la igualmente legendaria Verónica Lynn), nació en La Habana el 19 de marzo de 1935, hijo de un médico que además impartía clases de música y era primera viola de la Orquesta Sinfónica de la propia capital. Aunque el progenitor quería que siguiera sus pasos en la Medicina, pero el joven José Antonio se inclinaba por la parte artística, estimulada por constantes asistencias a los cines del barrio.

Amigo del gran actor Enrique Santisteban, su padre le pidió que le hiciera una evaluación de las posibilidades actorales de Rodríguez y así ayudarlo a tomar una decisión sobre el sendero profesional a seguir en la vida. Tras unas pruebas elementales, Santisteban refrendó tajantemente la vocación unívoca del joven.

Por una providencial casualidad, su voz fue el primero de sus atributos conocidos por las audiencias nacionales, pues la radio acogió sus iniciales andares por la actuación, para luego irrumpir y eternizarse con su recia faz en el resto de los medios y la escena teatral.