“Todo lo que no ves a través de una cámara no existe”, o al menos fue esa la idea que dejó grafitada Carlos Sorín la primera vez que visitó la EICTV. Recientemente el director argentino pasó varios días en la escuela con el fin de impartir un taller sobre puesta en escena a estudiantes de tercer año. Para conocer de la experiencia y, de paso, indagar en los resortes que mueven su personalísimo lente, conversamos pocas horas antes de su salida de Cuba.
¿En qué consistió el taller?
Hablé de la puesta en escena. Analizábamos primero las propuestas de los alumnos, luego nos íbamos a los lugares donde supuestamente se filmaría y hacíamos pruebas con una pequeña cámara. Por lo general, el problema con la enseñanza está en que es muy teórica, a los estudiantes les cuesta mucho bajar a imágenes concretas todo lo que arman con palabras.
Ahora que pudo conocer de cerca la EICTV ¿qué impresión se lleva?
Es alucinante que exista un lugar donde durante tres años una persona viva girando alrededor del cine como actividad esencial. Buena parte de las decisiones que un director toma son intuitivas, pero eso no es mágico, se supone que hay un inconsciente que está funcionando detrás.
Otra cosa importante es formar un oficio: la escuela tiene como objetivo formar el oficio de narrar con imágenes.
¿Ha estado como profesor en otras escuelas de cine?
Jamás di una clase. Salí de una escuela, pero para mí lo académico es muy limitado, creo que un director no se forma en un aula sino en la vida.
¿Alguna razón en particular?
Por ejemplo: hay un concepto un poco anticuado, el hecho de dividir siempre especialidades como guión, dirección y edición. Eso sirve para la industria que todavía sigue con mecanismos clásicos de producción, pero no tanto para un audiovisual más independiente.
El cine se ha vuelto una cosa mucho más personal, ahora en un bolsito puedes llevar una buena cámara y una computadora que te sirve para escribir el guion e incluso para editar; llevas encima todo el proceso. Y cada vez será más de esa manera. El hacer películas puede llegar a ser algo tan íntimo como escribir en una libreta.
La tecnología cambió, es importante asimilar eso, especialmente para el cine que está fuera de las industrias. Para mí el guion, la dirección y la edición, no son especialidades distintas, son momentos de un mismo proceso y lo tiene que hacer una persona que es el realizador, aunque se valga de asesores en cada momento.
Usted ha vivido esa simplificación del cine…
En La película del rey (1986), llevaba como cuarenta y cinco personas en el equipo, faroles gigantescos, una cámara enorme…toda una parafernalia de cosas. Si uno quería cambiar algo había que mover todo eso con gran esfuerzo de producción. Yo ahora haría lo mismo con diez o doce personas y un equipo que entre en una valija.
Y no solo cambió la tecnología, cambió el lenguaje y la manera en que la gente recibe el audiovisual. Muchas películas actuales si las hubiesen pasado hace veinte años, probablemente no hubieran sido entendidas como hoy.
¿Cree que el cine de autor debe estar mejor al margen de las grandes industrias?
Ese es el camino que tengo, no puedo hacer otro. Hago las películas que me interesan. Tengo la necesidad de hablar de algo que a mí me importa, y espero que le importe al espectador. En general si hablas de algo que te importa, hablas con más propiedad.
Creo que el cine industrial es muy variado, y a veces muy digno. Digamos, Argentina puede tener un gran cine porque tiene años de industria cinematográfica. Lo mismo pasa en Méjico y Brasil. Existen estructuras industriales que permiten la formación de técnicos y facilita que la gente vea más películas. Es muy importante eso porque en alguna medida es la base para que surja el cine independiente.
¿Cómo se inserta ese arte más independiente en los mecanismos de distribución?
El público en América Latina está colonizado por Hollywood, pero siempre hay algunos nichos del mercado para otros cines. En Argentina, por ejemplo, hay algunos actores que, hagan lo que hagan, convocan. Ricardo Darín es uno de ellos. Si no tienes esos actores y aspiras a un gran público, estás en serios problemas. Además, tienes que conseguir las salas; ten en cuenta que cuando llegan dos o tres películas grandes de Hollywood, no hay pantallas disponibles.
En Europa, hace algunos años, con el avance arrollador del cine norteamericano, se está produciendo en algunos lugares como una reacción. Hay un público que busca un cine de la diversidad, si es cine Iraní que sea iraní. Francia es un ejemplo de otro planeta. Allá tienen un circuito de cine de arte y ensayo en todo el país que es gigantesco, con miles de salas. Existen muchos espacios para el cine de autor.
¿Optimista?
Hay que confiar en esa gente que le interesa otras cosas y no solamente una película de Hollywood. Por otra parte está la llegada de Internet. Eso cambia el mercado, el público, las posibilidades de ver cine, y las posibilidades que tiene uno como realizador de que lo vean en cualquier lugar del mundo.
Pienso que Internet es equivalente a la aparición de la imprenta. Abre muchas posibilidades, para bien y para mal. Van a existir las salas de cine con sus peculiaridades como existen las salas de conciertos, pero ten en cuenta que la gran mayoría de la música no se escucha en salas de concierto.
¿Algún proyecto a la vista?
Por ahora nada seguro, pero siempre estoy desarrollando dos o tres líneas para ver cuál avanza. Trato de hacer una película cada año y medio. Cuesta, no solo en lo económico, también con las ideas. No te puedes embarcar en cualquier cosa porque una vez que empieza la preproducción y te desanimaste, no puedes volver atrás. Tiene que entusiasmarte la idea, al menos hasta terminar el trabajo. Lo peor sería hacer una película y no creer en ella. A mí no me ha pasado nunca, pero sospecho que es terrible.