“Lo que cuenta es la honestidad del realizador”

Después de conquistar un Premio Especial de Jurado en el 35 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, el filme La Jaula de oro, de Diego Quemada Diez, continúa un exitoso periplo internacional, incluyendo hace unos días su inserción entre las cintas nominadas al Goya a la mejor película iberoamericana. Durante su reciente estancia en La Habana, el realizador español nacionalizado en Méjico contó algunas interioridades de la cinta y de su formación profesional.
Empecé como el chico de los cafés, y llevando agua en las filmaciones. Poco a poco fui subiendo la escalerita. Primero trabajé en Barcelona, luego me mudé a Madrid y ahí participé en muchas producciones inglesas y norteamericanas hasta que finalmente decidí irme a Hollywood, allí soy aperador de cámaras…y ahora director.

Después de cuatro años en Estados Unidos ahorré lo suficiente para matricular en el American Film Institute, de donde han egresado algunos maestros del cine como David Lynch. Es una escuela muy práctica donde estás constantemente filmando, te enseñan a aprender de tus errores y a seguir siempre adelante, en una industria que no es para nada fácil.

Quería venir a la escuela de San Antonio pero en aquel tiempo solo se podía entrar hasta los 21 años y yo estaba unos meses pasado, así que me conformé con tomar uno de sus talleres sobre estética cinematográfica. Eso me dio la oportunidad de convivir con todas las personas de allí, ver mucho cine cubano y la verdad es que me encantó la experiencia.

¿Por qué una película sobre la emigración?
Tú nunca sabes si encuentras la historia o ella te encuentra a ti. Por un lado estaba la indignación con el maltrato hacia los migrantes latinos que yo sentí cuando vivía en EEUU. Y luego todos los testimonios que fui encontrando. Empecé a viajar mucho a México, porque me inspiraba la gente, las historias y la riqueza cultural de ese país.

En 2003 llegué a Mazatlán, Sinaloa, donde comencé a grabar un documental y conocí a un taxista llamado Toño que me invitó a vivir con su familia. La casa estaba sobre las vías del tren, todos los días llegaba el ferrocarril con inmigrantes, que nos pedían comida y agua.

Fue así que empecé a recopilar testimonios, llegué a más de 600, por ellos escribí el guión y construí los personajes de La jaula de oro. Otra parte de la inspiración viene por unos amigos indígenas que conocí en el proceso, trate de incorporar a mi punto de vista toda aquella cosmogonía. En partefuicomo Juan, el protagonista, y también experimenté con la película un viaje de transformación.

Háblame un poco sobre la dinámica de filmación.
Cuando trabajé con Ken Loach aprendí muchísimas cosas, entre ellas como filmar en continuidad lo que me fue muy útil para contar esta historia. Los actores no sabían lo que iba a pasar hasta pocos minutaos antes del rodaje. La idea era hacer el viaje, aunque la realidad de Méjico ahorita es muy parecida a la de una guerra. Hubo mucha investigación, necesitábamos estar al tanto del lugar donde se iba a rodar, conocer a los líderes de esos lugares y explicarles lo que estábamos haciendo para que nos apoyaran.

Un equipo iba dos o tres días delante del grupo primario para incorporar a los jefes de los pueblos y a los migrantes que estaban allí, todos los que aparecen en la película seguían la ruta hacia los Estados Unidos. Los empleábamos, les dábamos de comer y beber y luego seguíamos en su viaje.

En el equipo de filmación teníamos a veces dos cámaras, a mi me gusta más usar una sola pero cuando tienes escenas grandes, o de acción, hay que arreglárselas con las dos. También dispuse de una segunda unidad que filmaba trenes, Además de un amigo documentalista que estuvo en otro vagón tomando imágenes de los migrantes. Todo eso acabó siendo una buena combinación.

¿Cambió mucho el guión durante el rodaje?
Es importante tener la estructura narrativa y los personajes bien delineados. Traté de filmar lo acordado, de cumplir el plan de trabajo, el presupuesto, el número de días de filmación, no me gusta contradecir el trabajo del productor. Pero fue muy difícil, en seis semanas y media rodé en tres países, con 120 locaciones y unos 3000 extras. Toda la parte documental tuve que hacerla dentro de ese esquema. Por eso preferí un guión corto que luego pudiera crecer, pues si tienes un uno muy largo acabas tirando a la basura mucho de lo que encuentras en el camino.

Vista en el panorama de la región, es una película cara…
Cuando estaba buscando presupuesto y decía que una parte del guión estaba escrita y otra no, todo el mundo se ponía muy nervioso. Le tuve que dar la vuelta al proyecto y lo vendí como una ficción. Al proponer una película te lo cuestionan todo porque cuesta dinero y tiempo. Uno tiene que ir desarrollando la capacidad de saber cuál es la esencia, porque a veces tienes que ceder, y si comprometes la esencia la malogras.

Quité toda la parte política de mi discurso y asumí que no podía hacer lo que quería fuera del sistema. Me interesaba una historia con trenes, asaltos, soldados, armas, vehículos, escenas de acción…quería que el espectador pudieran sentir lo que pasan los migrantes. Tenía que, de alguna manera, tomar los recursos del sistema para contar una historia que lo cuestionara.

¿Te definirías como un cineasta latinoamericano?
A pesar de que trabajé mucho en la industria de Estados Unidos y Europa, el cine que más me inspira es el del Neorrealismo Italiano, el Free Cinema británico, el “Cinéma Vérité” y también el Nuevo Cine Latinoamericano. Emigré a este continente hace casi 17 años y me gustaría ser parte de ese nuevo cine que aquí se ha hecho. Me interesa filmar películas sobre la realidad contemporánea y que tienen la intención de provocar y transformar al espectador.

¿No temes que tilden tu hacer como “cine político”?…es una etiqueta que parece haber pasado de moda.
Creo que todo cine es político. La realidad contemporánea está tremenda, es muy importante continuar haciendo películas que cuestionen ese estado de cosas. Como creador trato de tener bien claro lo que quiero comunicar porque el cine es un acto de comunicación. Y hay que hacerlo de manera que el espectador descubra la idea.

En el caso de mi película, por ejemplo, me interesaba decir que más allá de las fronteras, de las nacionalidades, de las razas, de las lenguas, todos somos seres humanos, todos compartimos sueños y necesidades. Por supuesto, no se trata de tomar un micrófono y gritarlo, pero no pretendo aparentar naturalismo alguno, el cine es una realidad construida y lo que cuenta más es la honestidad del realizador.